El último día como alumna

Cabrera tuvo que rendir su último final y recibir los inevitables huevazos en la cara para descubrir por qué, tres años antes, había decidido estudiar publicidad.


Por Florencia Cabrera (Argentina)
Directora de arte por el Instituto Superior de Publicidad (AAP) y actual directora de arte en Macomunicación

Realmente, si tengo que elegir un día de todos mis días como estudiante de publicidad, elijo el último.

No porque fue el día en que me recibí, no porque ese día terminé la carrera (más allá de que esta carrera se nutre del vivir aprendiendo), sino porque fue el día en que entendí todo, entendí y supe responder la famosa pregunta de: «¿Por qué elegiste estudiar publicidad?».

Ese día, por supuesto, tenía que dar mi último final. En mi caso y en el de varios era el de Producción Audiovisual. Así es que uno puede pensar, «bueno, es un video, ya está filmado, no hay vuelta que darle y sólo nos resta esperar», uno cree que por haber estado renderizando un video toda la noche ya está entregado, pero no es así, es increíble cómo de repente se puede empezar a cuestionar hasta nuestra existencia en ese tipo de situaciones.

El profesor terminó de ver el video, puso pausa (se sumaron segundos que me hicieron entender el significado de eternidad), nos miró a nosotros, me miró a mí, a mis compañeros, nos puso caras, titubeó y dijo: «Me voy a fumar un pucho». Todos saben lo creativo que puede ser uno a la hora de maldecir, así que no hace falta que lo explique.

Cuando volvió era otra escena totalmente diferente (ahí, como ven, pude demostrar mis conocimientos de guión técnico): estábamos todos cambiados, con joggings y musculosas que habían sido castigadas por el uso y la lavandina, que sólo quería borrar ese abuso; con carteles colgando del cuello que rezaban «Director/a de arte» y unas sonrisas que ni un nene con 5 chupetines podría haber manifestado.

Era ridículo, todos dábamos por sentado que estábamos, no aprobados, aprobadísimos, y aún así seguía el suspenso.

En ese momento uno no sabe ni cómo se llama, se cuestiona hasta por qué eligió sentarse donde se sentó, se piensan cosas como «seguro que si hoy me tomaba el subte en vez del colectivo me iba mejor», «seguro que si ayer llamaba a mi abuela para preguntarle cómo estaba, hoy tenía buen karma y aprobaba la materia»… Claramente, en ese mismo instante uno no tiene NADA en claro.

Pero, como todo en la vida, es cuestión de tiempo (y esfuerzo).

Aprobé.
Salté.
Grité.
Abracé.
Se me cayó el cartel de «Directora de arte».
Lo agarré.
Bajé tres escaleras.
Las subí de vuelta porque me había olvidado la libreta.
Llegué a planta baja.
Me dijeron que tenía que volver a que me firmaran la libreta para recibirme.
Me desesperé.
Salí a la calle.

Y así fue cómo creo que entre mi sangre hoy en día corren pedacitos de cáscaras de huevos.

Así fue cómo, entre la lluvia de polvito Tang, champagne, Coca-Zero (nadie sabe por qué Zero y no común), harina y demás cosas que en la actualidad no puedo ni ver, pude comprender todo eso que me venía preguntando.

Estudié publicidad porque es lo que me gusta. Estudié publicidad porque me dejé llevar, porque entendí ese impulso como algo que me iba a hacer feliz, y me convencí de que era el único motivo por el cual podía levantarme todos los días con un nuevo motivo. Porque el desafío implica que cada día tenés que hacer algo diferente al anterior y al próximo, y ese desafío es el que nos crea un valor a cada uno como persona.
Ser creativo o no es algo que lo definís vos, y por suerte, eso lo entendés el último día de tu primer día.
El día en que sabés que dejás de ser un estudiante, para pasar a ser varios: el que aprende, el que observa, el que trabaja, el que lee, el que dibuja, el que crea, el que se esfuerza, el que piensa y el que, por sobre todas las cosas, nunca va a dejar de estudiar.

Florencia Cabrera

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