El escritor Eduardo Lalo contó su momento PB en la Librería Corregidor

(AMÉRICA LATINA) – El puertorriqueño se presentó hace unos días en la librería de la editorial que publica toda su obra en la Argentina. Uno de los momentos más íntimos del encuentro fue cuando narró su inexperiencia con los premios internacionales y los nervios que vivió cuando envió su novela Simone a competir por el Rómulo Gallegos, que finalmente ganó en 2013. ¡Todo el mundo tiene su momento PB!


Las instalaciones de la Librería Corregidor en la calle Montevideo se vieron completamente sobrepasadas por el público lector que quería escuchar a Lalo. (Foto: PB)

 
Eduardo Lalo nació en 1960 y, además de escritor, es artista visual y profesor universitario. Su estilo está siempre en el límite entre el ensayo y la ficción, cosa que se notó ya en su primera obra, En el Burger King de la calle San Francisco, publicada en 1986.
Uno de los temas que, como ensayista, lo obsesionan es el de la invisibilidad cultural. Un asunto que, según explica, tiene todo que ver con su nacionalidad, ya que Puerto Rico no es ni deja de ser parte de los Estados Unidos (“somos el único país de la región que fue conquistado dos veces”, sostiene) y, al mismo tiempo, no goza del prestigio cultural que sí tienen todos los demás países latinoamericanos: es invisible.
Lo desarrolla con gran detalle en Los países invisibles, de 2008. En uno de los primeros párrafos de ese libro Lalo describe una visita a Londres explicando: “Es la primera vez que viajo tan lejos desde que tengo internet. Antes aprovechaba cada oportunidad, cada salida al extranjero para comprar libros con la consciencia de que disponía de muy pocas horas en las ciudades en que la oferta era enorme. Ahora no es igual. Mucho de lo que veo y me interesa ya lo conozco o lo poseo. Si encontrara algo que llamara mi atención, quizá sólo tendría que desplazarme mínimamente en mi ciudad o acceder a un portal de internet para adquirirlo. Sin embargo, la situación no posee simetría, pues se podría decir que no hay absolutamente nada de mi mundo aquí”.
Porque su Puerto Rico es invisible; y a escala global, es Latinoamérica la que no se ve.

EL MOMENTO PB
Entrevistado por Fernando S. Torres y Debora Mundani, Lalo no esquivó el bulto cuando le pidieron que describiera su momento PB en el mundo de los premios literarios. Toma la palabra: “Yo no participo usualmente en concursos. No estaba ni al tanto de que ese año era el Rómulo Gallegos. La cuestión fue que un amigo me escribió y me dijo que participara en el Rómulo Gallegos: ‘Publicaste hace poco Simone, clasifica, está dentro de la fecha, tienes que participar’. Yo pensé ‘no, para qué, voy a perder tiempo en esto’. Pero se dio la casualidad de que yo al día siguiente, por alguna razón, no tenía trabajo y cerca de donde vivíamos en ese momento había un pequeño correo privado. Me quedaban ocho o nueve libros de los que me había enviado Corregidor (*) y recordé que eran siete los que había que enviar. Los tomé, fui caminando al correo y le dije al empleado que tenía que enviar eso a Caracas. ¡Ah, porque ahora recuerdo que esa era la semana de cierre, ya se acababa el plazo! Creo incluso que ese era el último día para hacer el envío, porque el matasellos debía tener tal fecha. Mientras el hombre me hacía la cajita yo le iba diciendo ‘mire, esto tiene que llegar rápido, porque es un concurso que cierra’, entonces él me explicó ‘bueno, la manera más rápida son (y aquí no exagero) 190 dólares’. ‘Okey, okey —dije yo—, no hace falta que sea tan rápido, ¿cuál sería el siguiente precio, el no tan rápido?’ (risas). Y eran, qué sé yo, algo así como 150 dólares. ‘Bueno, con que llegue y tenga el matasellos con la fecha de hoy ya voy a estar conforme’, le dije. Finalmente eran ciento y algo, creo que un poco menos de 110 dólares. Yo claramente no los tenía, y allí tuve diez segundos que fueron en cierta manera determinantes en mi vida, porque en esos diez segundos estuve considerando volverme simplemente para mi casa, pensando ‘qué ridículo gastar 110 dólares en mandar esto a Caracas, que total no va a resultar en nada’. Y lo que me disuadió fue ¡que ya me habían hecho la cajita! (más risas). Era muy fuerte decirle que no al empleado, después de que ya había gastado en cinta adhesiva, en la cajita misma, ¡me daba vergüenza! (carcajadas). Conclusión, saqué mi tarjeta de crédito y cargué el pago a la tarjeta. ¡Pero ese no es el fin de la historia! Porque yo había leído en las bases que un tiempo después se publicaba el listado completo de los que participaban. Y cuando se suponía que ya estaba el listado entré a la página, vi que el listado ya estaba, fui leyendo una a una, eran doscientas y pico de participaciones, me leí todas y ¡no estaba yo! ‘Bueno, lo que faltaba —pensé yo—, pagué ciento y pico de dólares, más la cajita, mandé los libros y no llegaron’. Entonces, como en esa ocasión había un jurado puertorriqueño que yo conocía, cuando yo sabía que él estaba por allá terminando el juzgamiento, le escribí y le expliqué ‘mira, Juan, yo hice esto, mandé los libros y ahora veo que no estoy en la lista, de modo que te doy permiso a que procures la cajita, la abras y le regales los libros a quien tú creas que le pueden interesar’. ¡Como para que mi envío tuviera algún sentido, suponiendo yo que mi libro ya no participaba en el concurso! Hasta que, uno o dos días más tarde, recibí un correo electrónico y descubrí que ¡estaba entre los finalistas! Por supuesto, con mi nombre mal escrito, ¡que es otra forma de invisibilidad! Creo que habían puesto Lago o algo así, en vez de Lalo. Entonces le escribí otra vez al jurado puertorriqueño y le dije ‘oye, fíjate que pongan mi nombre bien, porque si llego a estar más o menos bien ubicado en la lista, querría figurar bien’. Y finalmente llegó el día en que yo sabía que se fallaba el premio. Era el comienzo del verano allí en Puerto Rico y yo no estaba trabajando ese día. Recuerdo que por la mañana fui a llevar a mi hijo menor a un campamento de verano, regresé, me tiré en la cama y me puse a leer un libro sobre Cioran. A media mañana acabé el libro, me levanté y estaba yendo hacia el escritorio donde estaba la computadora, sin saber muy bien qué iba a hacer, quizás ver si había llegado algún correo, o leer el periódico, no sé, y en ese momento sonó el teléfono. Me dijeron que era una operadora, y esa fue la primera alerta, porque operadoras, hoy en día, que yo sepa no hay, y al ratito se puso en la línea la directora del premio, que hoy es una buena amiga, una moldava-rusa-venezolana, y me dijo que había ganado el Rómulo Gallegos. Fue como destapar una locura: llamadas, gente, tal, y yo estaba comenzando mis vacaciones, es decir que no me había afeitado en cuatro días, estaba en unas chancletas, y no estaba ni para recibir a la gente. Entonces les dije a los periodistas ‘¿por qué no nos reunimos más tarde en la zona vieja de San Juan?’, pero bueno, estaban muy apurados y finalmente decidí ‘pues bien, me voy así como estoy, total no va a haber nadie’, aunque por fortuna decidí ponerme una camisa limpia y unos zapatos. Pero bueno, por eso en las fotos de ese día salgo todo barbudo. Esa es la historia. No fue algo buscado, el premio estaba ahí, esperándome, y tuve mucha suerte. Lo bueno fue que no la dejé pasar, porque también hay que estar preparado para recibir la suerte”.
 
 
(*) Ediciones Corregidor publica en la Argentina toda la obra de Eduardo Lalo, dentro de la premiada colección Archipiélago Caribe.
 
 

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