Los consejos de Lionel Messi para tu carrera publicitaria

(ARGENTINA) – El insomnio de un hijo y sus posteriores reflexiones de padre llevaron al director de PRIMER BRIEF a comparar las famosas pruebas futbolísticas con la presentación de la carpeta de un estudiante ante un director creativo.


Buenos Aires, barrio Las Cañitas, jueves 11 de junio de 2009: nervios, carpetas y directores creativos en una gran mezcla; fue cuando el Círculo de Creativos Argentinos organizó una de sus Portfolio Nights; entre los «examinantes» de aquella noche se adivina en la imagen a Martín Mercado, Gastón Bigio, Joaquín Mollá y Jonathan Gurvit, entre otros.

 
POR PANCHO DONDO
Director de PB
(Foto: PD)

 
No es fácil conectar rápidamente con la realidad cuando un hijo de 13 años aparece de golpe junto a tu cama y te larga, de sopetón y sin siquiera confirmar si ya escapaste por completo de las garras de Morfeo, un: «Papá, hace una hora y media que no me puedo dormir, doy vueltas en la cama y estoy muerto de calor, no sé qué hacer». Por suerte, la promo vitalicia que te llega con la paternidad incluye, espero que gratis, una capacidad sobrehumana para las asociaciones mentales instantáneas y unos reflejos, nacidos quién sabe de dónde, que te ayudan a no poner en un segundo la esperable cara de «¡justo hoy que tengo el despertador a las 6.30 de la mañana!» y, en su lugar, mirarlo a Javier —así se llama— y decirle, con la cara más tierna que lagañas y sábanas pegadas permiten: «¿Sabés cómo se llama eso, loco? Nervios. Para eso no tengo ninguna fórmula: acostate de nuevo y relajate, ya te vas a dormir».

Mentira. Eso me quedé pensando: lo que acababa de decirle a Javi era en parte verdad, pero rematada en una cruel mentira. Estaba nervioso, por supuesto y ya explicaré por qué, pero no se iba a dormir ni en dos horas más. Y así fue cómo, gracias a ese lapso de lucidez nocturna y ya con dos insomnes en la casa, mis pensamientos parecieron de pronto haberse acomodado sin aviso en un acelerador de partículas: «Claro, está nerviosísimo porque mañana va finalmente a probarse a Ferro, él que desde que nació sostiene que va a ser futbolista. Pobre, con lo ansioso que es, no puede soportar el temor de que mañana un ilustre desconocido disfrazado de Analista Universal del Fútbol Bien Jugado le ponga en la frente el sello de NO APTO. No puedo dejarlo que se quede con esas sensaciones en la cabeza, soy su papá y algo tengo que decirle».

Afortunadamente, a todo esto, la madre, que absolutamente siempre se despierta al menor roce de hojas otoñales, seguía roncando alegremente: otro acierto de la naturaleza familiar, que sabe quién tiene que despertarse en cada ocasión. De modo que levanté mis 91 kilos de su posición horizontal, me acerqué a la cama de Javier, le puse la mano en el pecho —para casos como éste, la altura que ofrecen las camas de arriba, en las cuchetas, resulta ideal— y, sintiendo en su cambio de respiración un inmediato alivio, puse PLAY a eso que alguien —no sé muy bien quién— me dictaba: «Javi, ¿te acordás de que a Messi lo bocharon cuando vino a los 12 años de Rosario a probarse a River? Está lleno de jugadores que se probaron en cuatro o cinco clubes, lograron entrar recién en el sexto y terminaron siendo estrellas de ese equipo e ídolos de la hinchada. Mañana no se pone en juego nada tan determinante para vos: el tipo que estará ahí subiendo o bajando el pulgar puede haber tenido una mala noche, estar caliente por algo y tener ganas de rechazar más que de aprobar. Pero lo que él diga no te va a quedar marcado como un sello en la frente ni mucho menos: si volvés con un rechazo, diremos «uy, qué cagada» e inmediatamente pensaremos «a ver dónde conseguimos otro club que haga una prueba dentro de poco». Metete esto en la cabeza y, ahora sí, relajate y dormí bien, que para jugar como vos sabés lo que más te conviene es estar bien dormido».

No tengo ni idea de cómo le irá a Javi esta tarde en la prueba en Ferro: sí sé que, luego de ese rapto de lucidez de mi parte, no volvió más a mi cama y quien se quedó despierto un buen rato más fui yo mismo, metido de nuevo en el acelerador mental de partículas. «Los nervios de Javi ¿no serán los mismos que siente un estudiante cuando sabe que al día siguiente va a ir a mostrarle su carpeta al creativo que viene admirando desde que decidió dedicarse a la publicidad?», fue lo primero que me pregunté, y ya no pude parar.

Es que mi respuesta a esa pregunta fue obviamente afirmativa: mi experiencia como profe de publicidad me ha permitido presenciar y juzgar actitudes, temores y timideces estudiantiles montones de veces, y el hecho de que año a año yo mismo voy creciendo y distanciándome más, en edad y en experiencia, de los alumnos que me toca enfrentar, me permite juzgar el fenómeno con un poquito más de frialdad y, quizás, sensatez (como anoche con Javier).

Todos los grandes publicitarios lo dicen una y otra vez cuando se les pide un consejo para principiantes: «Cuando empezamos, todos nos moríamos de miedo ante la inminencia de nuestras primeras entrevistas, todos dudábamos, todos nos equivocábamos, todos teníamos carpetas horripilantes llenas de ideas sin terminar. ¿Y quiénes logramos derribar esa barrera y pudimos arrancar una carrera que —con más dudas, más equivocaciones y más ideas sin terminar— con el tiempo fue convirtiéndose, sin que nos diéramos cuenta, en eso con lo que tanto habíamos soñado? Los que pudimos parar la oreja y oímos el consejo de esos profesionales, esos profes y esos padres que nos decían: ‘Tranquilos, nosotros éramos igual que vos cuando arrancamos, éramos un manojo de nervios, de equivocaciones y de dudas. Pero nunca creas que la vida se acaba si un profe o un profesional rechazan algo tuyo, te dicen que mejor te dediques a otra cosa o te mandan a recursar el año entero. Ni ellos son el Oráculo de la Verdad ni esa será la última oportunidad que tengas para demostrarte a vos mismo que lo que soñás es posible'».

Ni más ni menos. Se lo dice literalmente Don Draper a Lane Pryce en el anteúltimo capítulo que existe hasta ahora de Mad Men: «He empezado de cero muchas veces, Lane. Esta es la peor parte». ¿Cuál? El momento mismo del rechazo, de la equivocación, de la duda. Y es que después de ese momento todo, siempre, cambia para mejor.

Y lo sabía perfectamente Lionel Messi el día que, con sus 12 años, se repuso de ese rechazo en River Plate, volvió a Rosario, a sus autoinyecciones y a sus sueños, y siguió convencido de que algún día, en algún lugar, alguien le iba a dar esa oportunidad que él sabía que merecía. Aunque tuviera que cruzar el océano para lograrlo.

 
 

3 replies »

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.