La Geisha… o cómo llegué a confiar en mí mismo, por Eddy Aguilar

(PERÚ) – Hace apenas unos días llegó a esta redacción un brevísimo email que proponía: «Hola, escribí este articulo. Me gustaría ponerlo en su página». Leerlo y descubrir que no sólo valía la pena, sino que era una verdadera perla fue cuestión de un par de minutos. Así fue cómo llegó hasta la pantalla de tu compu este brillante texto de Eddy Aguilar, peruano graduado en la California State University cuya carrera publicitaria empezó como redactor hace casi veinte años en JWT San Francisco y, hasta el día de hoy, registra pasos por De la Cruz Ogilvy, Grey Group ACD, López Negrete y Bromley, hasta su actual puesto en Zimmerman Advertising de Nueva York.


«Algo así es lo que recuerdo ver», señaló Eddy al enviar esta foto a PB.

 
POR EDDY AGUILAR
Graduado en la California State University y creativo en Zimmerman Advertising, NY
Redacción especial para PB

 
Mi primer trabajo justo antes de graduarme fue con una estación de televisión en español afiliada a una de las estaciones más grande de los Estados Unidos hoy en día. En ese entonces esa estación era sólo una hormiga en el mundo de la televisión. Recuerdo que tenía un escritorio de metal, donde literalmente tenía que redactar las noticias en una computadora a la que había que meterle puñetes al cerebro para que prendiera. Las noticias las escuchaba por un micrófono/parlante; en un par de semanas me convertí en un experto secretario de redacción de noticias que ni entendía. El objetivo era mandárselas al director de noticias para que decidiera cuáles salían al aire y cuáles se iban a un caja de cartón para que fueran archivadas me imagino para siempre.

Nadie me hablaba. Parecía un alma en un callejón lleno de escritorios de metal, viejos. Todavía no estaba claro qué era lo que tenía que hacer para que alguien se diera cuenta de mi talento. Que mi talento era crear historias y escribirlas. No encontraba la fórmula para escribir algo que brillara. Un buen día, casi decepcionado de trabajar en una estación de noticias, me crucé en un bar, celebrando algún cumpleaños de alguien de la estación, con nada más y nada menos que la directora creativa de la agencia de publicidad más grande del mundo. Nos sentamos en la esquina del bar, ella —creo— casi me duplicaba la edad, pero lucía increíble. Después de una larga e interesante conversación decidimos mantenernos en contacto. En esas dos horas que hablamos, me contó muchas cosas de la publicidad que en ese entonces no entendía.

Después de un tiempo recibí una llamada de Alice, la directora creativa que había conocido en ese bendito bar. La llamada era para invitarme a conocer su agencia. Recuerdo que trataba de apuntar la dirección en un papel que encontré por ahí, se caía el papel, el bolígrafo, se me caía todo. Quedamos en un día, pero recuerdo con claridad que la insistencia para la visita a su agencia era de un tono de jefatura. Un tono de «ven ya mismo porque necesito hablar contigo». En ese entonces mi inocencia no detectaba tal insistencia.

Llegó el día de la invitación. Mientras subía el ascensor hasta el último piso de un edificio en el centro de San Francisco noté que las palmas de mis manos sudaban, algo que nunca había experimentado. Los labios me latían, trataba de hablar conmigo mismo pero no me salían palabras. Se abrió la puerta del ascensor y en ese instante no pude creer lo que veía. Un espectacular lobby, una gigantesca recepción, una hermosa morena de recepcionista, con unos dientes recontra blancos y una voz coquetona que preguntaba «¿en qué lo puedo ayudar, señor?».

Después de varias tartamudeadas, le dije por qué estaba ahí y me mandó a sentarme en una oficina pequeña, rodeada de vidrios y con una vista de la bahía de San Francisco que me dejó más tartamudo de lo que ya estaba. Mientras, miraba la vista, me secaba las manos con mi pantalón, respiraba profundo, me agarraba el estómago, caminaba de un lado al otro y me preguntaba, «dios, ¿qué es esto, dónde estoy?».

Me senté, me relajé y se abrió la puerta de la oficina. Una mujer vestida de Geisha entró a la oficina de vidrios, me saludó, me abrazó, me hablaba, veía que movía las manos, se reía, hasta que entendí que me dijo, «soy Alice, lo que pasa es que hoy quería ser una Geisha y me puse esto». Los nervios me traicionaron y comencé a reírme, pero de nervios, hasta que Alice tuvo que traer un vaso de agua para calmarme. Las chancletitas de Geisha, la peluca negra con un palo que cruzaba de un lado a otro, el maquillaje blanco con las cejas pintadas de negro y el vestido de Geisha, hasta el día de hoy siguen siendo inolvidables para mí. Fue la mejor escena de película que he visto hasta hoy.

Después del susto, de los nervios, de la sudada de manos y hasta de los pies, y de las tartamudeadas, comenzamos a charlar. Mientras le contaba lo que hacía en la estación de cartón donde trabajaba, me cortó la conversión bruscamente y me dijo, «vente a trabajar conmigo y serás un gran publicista, yo seré tu profesora de publicidad y trabajarás a mi lado. Redactando. Tu cargo será copywriter. Lo que te están pagando ahora, te lo duplico en salario. Y si eres bueno, en cinco años serás director creativo. Tienes que decidir ahora. Mañana será demasiado tarde».

Así empezaron mis aventuras publicitarias, gracias a una Geisha y gran publicista, que no paro de elogiar todos los días. Me tomó más tiempo llegar al cargo de director creativo, pero en ese camino puedo decir que logré varios trofeos, grandes amigos, grandes maestros, grandes jefes, frustraciones, enojos, largas horas de trabajo y también desempleos. Así empezó mi carrera de publicista.

Pero mi mayor logro hasta hoy ha sido llegar a confiar en mí mismo. Algo que toma mucho tiempo lograr.
 
 

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