«Todas las búsquedas auténticas son válidas»: Reggina Idiartegaray, sobre escribir y publicar hoy en día

(ARGENTINA) – Va a ser difícil que una nota de PB, alguna vez, supere o siquiera iguale la profundidad de esta nota. Por conocimiento mutuo, pero también por inquietos al unísono, Reggina (la entrevistada) y Denis (el entrevistador) van a hacerte pasear, aunque no lo esperes y aunque ni lo desees, por dentro de tu carne, de tu heridas y de tus horizontes. Salí al balcón de esta historia y dejá que la lluvia te pegue en la cara.


«Mi manera, en la vida, es animarme a hacer las cosas»: cien por ciento Reggina Idiartegaray.

 
TEXTO Y FOTO: DENIS VIVODA
Creativo y editor de PB

 
Meme, como la conocemos muchos, es mi mejor amiga desde hace algo así como siete, ocho años. Nos hicimos amigos en una etapa (la adolescencia) en la que todavía estábamos aprendiendo a conocernos a nosotros mismos. A veces pienso que ella me conoce más que yo.

Publicó su primer libro, Anhedonia, hace un año y medio, y tiene una página en la que publica, de vez en cuando, sus poemas. Esa página, La chica (antes conocida como La chica entre el centeno), tiene hoy más de dos mil seguidores. Su escritura causa furor; pero su personalidad, aún más. No hay nadie que no la quiera. Es más, cuando termines de leer esta entrevista te va a pasar lo mismo. Yo te avisé, eh.

Me junto con Meme en un bar de Palermo. Llego tarde, como siempre. El lugar lo eligió ella, y de alguna manera, al cruzar la puerta, te sentís transportado a Nueva York (esa ciudad que nos regaló tantos increíbles escritores). Le pido mil veces perdón y empezamos a hablar. Hablamos tanto que, una hora después, me acuerdo de que tengo una entrevista para hacer.

Lo que sigue es más que una entrevista: es una charla entre dos amigos sobre escribir, publicar, vivir, amar. Mi recomendación es que te hagas un café con leche y te sientes a la computadora sin pensar en el tiempo.

Sentate con nosotros y disfrutá.

 
—¿De dónde surgió el deseo de ser escritora?
—Lo pensé muchas veces, esto que preguntás. Siempre recuerdo la vez en que empecé a escribir, y me acordaba mucho de cuando escribía en mi diario íntimo, tratando de mantener una constancia. En la primera parte de Anhedonia menciono eso, que heredé de mi prima: lo del diario íntimo, lo de tener una constancia. Pero ser escritora, sencillamente es algo que me surgió cuando aprendí a leer y escribir. Sentía que era una buena manera de poner de forma clara las cosas que pensaba y sentía. De hecho, yo creo que toda escritura es autobiográfica, y la mía lo es bastante. También es medio terapéutica, me ayuda a blanquear lo que pienso o siento. Ayuda a clarificar. Yo uso la escritura no sólo para escribir literatura, sino también para ver qué siento, qué quiero hacer. Me sirve mucho ver escrito. Escribir es materializar.

—¿Creés que por el hecho de que escribir te sirve para ordenarte, para materializar lo que sentís, tu primer libro (Anhedonia) son poemas y no algo más narrativo como una novela?
—¿Vos sabés que eso es reloco? Porque a mí me pasó que yo no era muy amiga de la poesía. Sentía que era algo muy barroco, y estaba muy desinformada. Una vez me regalaron diarios de Alejandra Pizarnik, que si bien no son poemas están escritos en una prosa bastante poética. Todo lo que inspiraba leer eso era poesía. Cuando armé La chica entre el centeno (su página), que poco a poco pasó a ser todo poesía, fue como decir «pará, estoy cero familiarizada, pero tengo que sostenerlo, defenderlo, porque es lo que me sale». Se fue dando así. También me pareció reapasionante respetar cosas como los silencios…

—Algo más musical.
—Sí, exacto.

—Es muy copada la idea de que llegaste a la poesía de una manera más intuitiva. No es que leíste poesía toda tu vida, es todo lo contrario. Cuando íbamos a la secundaria nunca leímos poesía. Leíamos narrativa, cuentos, novelas, pero aún así, intuitivamente, viraste a la poesía.
—Exacto. Desde La chica entre el centeno empecé a leer poesía. Y me encanta leer a escritores argentinos jóvenes. Ese mundo me fascina.

—¿Qué tienen para vos los escritores argentinos que los diferencie?
—No sé si tienen algo que los diferencie. Es resubjetivo. Bah, la escritura es resubjetiva de por sí. Lo que a mi me pasa con todo el arte argentino, sea cine o literatura, es que descubro un montón de huellas donde me encuentro yo, encuentro mis raíces. Quizás tiene que ver mucho con el propio origen, lo que uno considera casa. Pero me gusta encontrar mis palabras en otro, sentir que en algún sentido estoy ahí. Es como ir a otro país y escuchar una voz argentina y decir «ahí estoy». Me encanta.

—¿Tenés algún escritor argentino que te guste?
—Estuve leyendo mucho a Vicente Luy, un poeta cordobés. Es conocido y me encanta. Me gusta mucho Juana Bignozzi. Escritores jóvenes también hay muchos. Leo mucho a Malén Denis, que tiene libros de poesía, a Enzo Campos Córdoba, a Tuti Curani, a Rita Pauls (la hija de Alan Pauls).

—¿Y alguna vez pensaste en hacer poesía improvisada?
—¿Vos sabés que a veces me surge? Me pasa ir caminando por la calle y pensar una frase y empezar a meter cosas en torno a eso. Me pasa muchas veces de hablar con gente y que surjan cosas tipo hacer un cadáver exquisito. O empezar a improvisar y decir «está buenísimo esto que está saliendo».

—¿Tenés un método de escritura?
—Mi proceso de escribir es enamorarme de una imagen, de un arrebato, de un sentimiento que surge por algo. Si eso no está, no puedo escribir. Me enamoro de eso y a partir de eso se va generando todo. La forma no me interesa tanto al principio. Es medio asqueroso, pero es como que vomito lo que estoy sintiendo. No me saldría de otra manera. Ponele: estaba en un taller y una de las chicas le preguntó a la profe (Romina Paula): «¿Vos por dónde empezás? ¿Cómo se empieza a escribir?». Y claro, Romina contestó algo con lo que yo me sentí muy encontrada: «Mirá, cómo vos seguís, cómo vas a planificar tu novela, es tu tema». A mí me pasa que no planifico nada. No tengo un boceto, pero hay gente que sí. Cada uno tiene su estilo. Yo tengo una imagen o una palabra en la cabeza y a partir de eso estoy atenta y trato de ver qué está pasando a mi alrededor para poder meterlo ahí. Otra cosa que decían en el taller, que a mí me pareció reacertado, es que la escritura te va llevando. Te metés ahí, de repente sos tus personajes. Y tus personajes empiezan a ser de distintas formas, y vos no estás tan ahí, pero estás ahí. Esa es la parte que más me gusta.

—Había una profesora mía que decía que primero pensás un personaje y lo escribís, y después se te va de las manos, lo tenés que dejar ir.
—¡Es que es así! Es increíble. Eso mismo que vos decís pasa con la historia. Uno puede tener una idea, y hasta enamorarse de eso. Como, por ejemplo, querer que tu personaje muera en Finlandia. Y de repente no se muere (risas). Puede suceder. Para mí es increíble que uno se abra a esas cosas.

Anhedonia salió hace poco, ¿no?
—Hace un año y medio.

—¿Y de dónde surgió la motivación detrás del libro?
—Ni bien saqué La chica entre el centeno me agarró un impulso de escribir poesía y postearla. Me llegaron distintas propuestas de gente que tenía ganas de publicar conmigo, y una de una editorial que quería publicarme. Esa oferta tanto no me gustó, porque querían tocar cosas que para mí no tenían que cambiar, y bueno, hubo un desencuentro. Tenía el PDF armado y me di cuenta de que no podía procrastinarlo. La publicación de este libro fue un acto de fe, algo que quería darle al mundo. Como muchas personas, yo quiero ser escritora, y no podía esperar que me publicara una editorial grande. Tenía eso armado y dije: «Si no lo publico, me estoy traicionando. Necesito que esto esté en papel». De ahí surgió la idea, porque en realidad publicar poesía jamás se me cruzó por la cabeza. Quizás sí una novela, que es lo que estoy pensando ahora. Cuando publiqué Anhedonia fue un impulso, el decir «tengo que parir esto, y está». Me gustó y tuvo la reaceptación, pero al toque sentí que yo no era más eso. Ni siquiera sentí que mi manera poética estaba ahí. Como que me saqué ese disfraz, fue raro. Dije «¿qué hago ahora?», y pensé en explorar otras maneras de escribir. «¿Pero qué tal si no me encuentro en esas maneras?» Y bueno, no fue así, por suerte (risas).

—¿Está bien tener miedos como ese, o es algo ilógico?
—Está bien, en su sano equilibrio. Uno a veces se da cuenta de que no es consciente, de que está haciendo cosas en pos de su miedo. Tipo, procrastino mi propia publicación, tengo el PDF armado y no lo publico. Mi manera, en la vida, es animarme a hacer las cosas. A veces sale bien; a veces, no (risas).

—¿El hecho de que haya sido una publicación independiente te dio cierta libertad?
—Sí, re. Eso también fue buenísimo, porque la tapa la diseñé yo. Yo le escribí lo que quería. Nada, quizás era una libertad que no iba a tener en otro lado. Era mi primer hijo, y quería moldearlo a mi manera. No quería que nadie lo ensuciara.

—Y en cuanto a temática, ¿fue una compilación o fue escribir en torno a un tema?
—Antes de publicarlo le pasé el PDF a Alejandro Bedrossian, un profesor, y en base a eso él escribió un párrafo sobre lo que era para él la compilación del libro. Yo tenía muchas dudas, no sabía qué dejar y qué no, porque no sentía que hubiera una temática muy clara. Pero él dijo algo así como que el libro eran pequeñas piezas que demostraban lo más transparente de la humanidad: amar, el sentimiento más puro. Y dije: «Sí, es esto».

—Hablaste de Alejandro Bedrossian, que fue profesor de los dos en la secundaria. ¿Cuál es la importancia de tener una figura que te ayude, que te guíe?
—Es raro eso. Hace poco justamente me preguntaron algo así, y nombré a Alejandro por una frase que dijo en una clase que tuvimos: «Crear es parir, y parir duele». A mí me quedó grabada a fuego, fue una revelación.

—Además de ser alta frase para Twitter.
—También, pero los derechos van para Alejandro (risas). Pero sí, fue eso. Voy a contar esta anécdota como si no hubieses sido mi compañero (risas). Alejandro fue mi profesor dos años en la secundaria, en la materia Literatura, una materia que se me daba fácil. Lo que tenía de distinto él es que venía y te planteaba un universo distinto. Una vez nos hizo escribir una carta a nosotros dentro de diez años, y poner todos los datos de contacto como para dárnosla. Ya que un profesor saliera fuera de «te enseño análisis sintáctico y me voy», que te dejara algo de él, me parecía muy lindo. Además él era el jefe del departamento de Letras y organizaba un montón de actividades, y a mí me gustaba ser parte de eso. Tenía una relación con él gracias a eso, pero alumna-maestro, nada más. Aún así, él fue el único profesor al que le escribí una carta el día que nos recibimos: en la entrega de diplomas, le di la carta. Después seguimos en contacto por Facebook. Hace dos o tres años le escribí porque estaba con un bloqueo, con un par de crisis, y necesitaba su consejo. Cuando me encontré con él fue rebueno, porque me dijo: «Cuando te leo me doy cuenta de que encontraste tu voz, ¿y qué mejor que esto tenés? ¿Qué mejor que darles a las personas lo que sos y tener el puente para hacerlo? Sobre el resto: yo me recibí de arquitecto y enseño literatura. Con el tiempo te vas dando cuenta de qué tenés que hacer». Fue hermosa esa conversación, hermoso ese café. En base a eso se afianzó el vínculo. También lo experimenté, eh. Ya pasaron cinco años de que nos recibimos y no tengo título terciario. Entré a trabajos que en verdad no los necesitaba para estar ahí. Eso te cambia un toque tu manera de concebir las cosas. De verdad puedo estar donde quiero estar, no sé si es tan difícil. Hoy escribí algo en mi nota de celular que era así:
Meme agarra el celular, cargándose sobre la mesa, y revisa fanáticamente entre las miles de millones de notas que tiene (un signo de los escritores modernos): «Chicos, para comerse el mundo no hace falta un título universitario» (risas). No sé por qué se me ocurrió y lo anoté. Para recordarlo, quizás.

—Pero pará, eso tiene que ver mucho con vos. El hecho de que en los últimos cinco años, desde que terminamos la secundaria, vos buscaste activamente tu lugar en el mundo. No recuerdo qué carreras hiciste. Suena mal cuando decís «alguien cambió de carrera varias veces», pero no, demuestra una búsqueda constante de lugar, y me parece que lo encontraste cuando dijiste «yo quiero ser escritora».
—Sí, exacto. En parte fue eso, y en parte fue que soy una persona curiosa. A ver, en mi vida hice hasta corte y confección, ¿entendés? Me da curiosidad algo y quiero ir a explorarlo a fondo. Me entrego a eso en ese momento. Quizás más adelante me interesa otra cosa, y no me olvido de lo anterior, porque sigue, pero en un estado menor. Mi lugar, ahora, lo que disfruto hasta cuando no tengo que hacerlo, es escribir. Lo que sí, sobre la búsqueda… a veces me pasa que me escribe gente que me dice «che, Meme, yo estoy teniendo una crisis, no me estoy encontrando». Siento que hay una idea medio utópica con buscarse y encontrarse. Y a lo que yo llegué, lo que me da más tranquilidad, es que uno no se encuentra nunca. Lo de encontrarse está en juego constante con buscarse. No es que hay una revelación que dice «me encontré». Nada es permanente, todo cambia, inclusive con uno. Ni ahí soy la misma persona que fui hace un año, o dos, o tres. Sí me pasa que en todo este tiempo nunca dejé de escribir. Quizás no me lo tomaba tan en serio, pero escribir para mí no es hacer sólo literatura, sino también mi cable a tierra. Mi mamá siempre me dice: «Pasa que vos no sos constante, te vas de viaje todo el tiempo». ¿Es más clara la gente que estudia un montón de años para terminar haciendo algo que no le gusta? Yo siempre digo que todas las búsquedas auténticas son válidas. Si no sale de vos la búsqueda, si se la copiaste a otro, te la vas a dar contra una pared. Y yo pasé por eso, fui por caminos que no me latían pensando en que si a una persona le funcionó, a mí también. El otro día veía en tus fotos de portada una foto de una peli en la que el tipo le dice a otro que nadie se siente como un adulto, que ese es el secreto del mundo. Yo dije «es esto, es así». Todos estamos muertos de miedo, el tema es quién la caretea mejor.


«Nobody feels like an adult, that’s the world’s dirty secret» («Nadie se siente como un adulto, ese es el secreto del mundo»), una frase de la película «Liberal arts» (2012), dirigida por Josh Radnor.

 
—Es como lo que subí yo hoy, que tiene algo de poético. Te das cuenta de que estamos todos en el mismo nivel. Esos mensajes son lo más vulnerable que tenés, lo que querés decir pero no, y el ver que estamos todos en la misma es como un abrazo para todos.
—Esto que estás diciendo tiene que ver con lo que para mí es la poesía, y la poesía que yo escribí en Anhedonia. Yo con ese libro quería lograr eso, un abrazo que unificara la pena o la miseria o la felicidad de todos. Como decir «somos todos lo mismo». Me interesa mucho la idea de humanidad, y en Anhedonia eso estuvo claro, me parece. Cuando leía esto que subiste… leí en un momento a una de esas personas diciendo que hacía diez años se había separado del ex, que lo seguía amando y que se iba a casar con otra persona. Y yo pensaba «qué loco, ¿no?». Porque me pasó a mí cuando sufrí por un pibe. Es como que uno puede hasta un mes contar tranquilo. Si seguís hablando de tu ex después de eso, sos un enfermo. Y esta planilla fue tremenda, porque me di cuenta de que estamos todos desgarrados y nadie lo dice. ¿Qué? ¿Hay que caretear? Ahí me di cuenta también de que la poesía va en contra de eso. A mí me gusta la poesía cuando hay un sentimiento. Algo que sale de lo primigenio, de la parte humana. Capaz leés cosas que no te laten, pero el punto es darte cuenta de que estamos todos ahí, en la misma. Fue mirar la planilla y decir: «Qué loco, nos venimos a descargar todos a una planilla de Excel».

—Ahora que lo mencionás, para mí representa mucho de lo que significa la escritura. Esa manera que tenemos de expresar sentimientos y sentirse identificado cuando los leemos. Vos lo dijiste antes, toda escritura es autobiográfica. Cuando leés a un escritor, es el escritor hablando sobre él, pero de alguna manera el identificarte cuando lo leés te da cierta… satisfacción.
—Sí, sí, es como cierta completitud. Es rara la emoción que sentís. A mí me pasa mucho eso. No sé qué disfruto más, si escribir o leer. Leo y hay veces que me encuentro tanto que siento que toco una fibra tan sensible, y digo «qué lindo se siente esto». Ojalá tenga tiempo toda mi vida para leer mucho. Y también está bueno generar eso en el otro. Con La chica entre el centeno recibí mensajes de gente que decía «che, estoy llorando», y a uno le parece muy loco que haya traspasado esa barrera. Cuando me pasa a mí, es maravilloso; si le pasa a otro y conmigo, ya es tremendo.

—¿Cómo surgió La chica entre el centeno?
—En el momento en que empecé a escribir poesía sacaba muchas fotos analógicas, y era parte de un grupo que se llama «Fotógrafos Analógicos». Yo subía mis fotos siempre con una poesía escrita por mí. Esos posteos tenían mucha repercusión. Dije «esto lo tengo que guardar en algún lado». Yo soy muy desorganizada por naturaleza. El nombre La chica entre el centeno surge porque un montón de personajes de mi vida (hombres, todos) me decían que parecía un personaje de Sallinger, y pensando en torno a eso y hablando con una amiga fue como «fa, La chica entre el centeno«. Después lo acorté y quedó La chica. Tengo pensado en un futuro empezar a cambiarlo, porque, como te dije antes, ya crecí, ya no me siento tanto como La chica entre el centeno.

—Vos dijiste que la frase que te marcó es Creer es parir, y parir duele. Suele estar el mito del escritor condenado. ¿Qué pensás de eso?
—Está buenísimo que me preguntes esto, porque yo no creo en eso. No creo en eso de «tengo que sufrir para poder crear algo; porque si no, no me inspiro». Me pasó muchas veces de gente que me escribe preguntando «che, ¿de dónde sacás la inspiración? Yo tengo que estar muy mal para poder escribir algo». La gente tiene mucho el mito Bukowski, tipo me chupo tres botellas de vino y estoy inspirado. Yo no lo veo tan así. Para mí la escritura es un ejercicio de decir «me siento y ponele que no se me cae una idea, pero hasta que no me salga no me muevo de acá». Es un ejercicio, un tema de compromiso. No es tanto el estado en el que estoy. Me pasa que hay momentos en el que estoy muy mal y no me surge ninguna línea y momentos en los que estoy feliz y me digo «Reggina, hay que escribir», y me siento y surge. Hay mucha gente que te dice que no hay que forzarlo. Coincido un poco, porque si lo forzás te sale algo inorgánico, pero si vos conocés cuál es tu proceso creativo, si te preocupás en conocerlo (esto también tiene que ver con lo de tener una búsqueda y permitirse tener una búsqueda), llega. Si te conocés y lo entendés te vas a dar cuenta de que si te sentás a escribir te encontrás. Encontrás hacia dónde ir. Por más de que te sientas frustrado y te dé miedo la hoja en blanco, todas esas cosas te hacen dudar sobre dónde empezar. Empezá escribiendo una frase, lo que se te ocurra. Yo me acuerdo de que en un proyecto de novela que tuve que escribir para el ingreso a la facultad mi texto empezaba con «se acabó el papel higiénico». Era una frase random que se me había ocurrido, pero a partir de eso surgió todo el proyecto de novela. Es como todo, me parece que cualquier arte y cualquier cosa en la vida requiere compromiso y voluntad, y no encerrarse en esa estructura mental de «no tengo inspiración, no hago nada».

—La gente toma a la escritura como algo idílico, que pasa en el momento justo.
—Es algo idílico, sí, pero también es encontrar sensibilidad en todo. Hay un libro de Francesco Piccolo, un italiano, que se llama «Momentos de inadvertida felicidad». El libro son todos pequeños fragmentos en los que el chabón describe cuándo es feliz, sus momentos de inadvertida felicidad, justamente. Tiene un montón de insights, para la publicidad está muy bueno. Son boludeces diarias, cosas como «cuando agarro la Coca-Cola y la lata está bien fría». Son estupideces, pero me parece que eso no es nada trágico, y que ahí mismo hay un montón de belleza. Son cosas que son de todos y no necesariamente tienen que ser bellas porque te rompieron el alma, o porque perdiste a un ser querido.

—¿La escritura entonces es un oficio?
—Sí, exacto. Es dedicarse, sentarse igual cuando estás feliz o estás triste. La gente ve al arte en general como algo utópico, el pintor con la camisa blanca en un cuarto gigante. Yo siempre digo esto (y me encanta esta frase): «Uno, para todo, se tiene que ensuciar las manos». Inclusive en la escritura, pero no te hablo de mancharte con la lapicera. Cuando hice actuación, en las improvisaciones, el profesor decía «si vos tomás una decisión», que siempre son decisiones creativas, «tomala a fondo». Yo en el momento lo pensé, pero no lo entendía bien. Cuando me metí más en la escritura, y cuando empecé a observar la obra de otro, entendí que el arte sirvió su propósito cuando se metió a fondo, cuando el artista se ensució las manos. Yo te puedo describir una escena, pero si no la estoy palpitando, el otro no la va a palpitar. Es como la vida.

—Y, para este oficio, ¿cuál sería la herramienta preferida? ¿Máquina de escribir, lapicera y computadora?
—Tengo la máquina de escribir, pero es más de decoración. Escribí un par de cosas ahí para La chica entre el centeno porque quedaba lindo, pero es incómodo escribir ahí, dejemos de mentir. Poesía todo el tiempo escribo a mano, me encanta escribir a mano. Tengo algo con la letra de las personas, con la mía. Es reloco, pero si agarro una lapicera cuyo trazo me gusta, puedo escribir por horas. Aún así me pasa de tener la necesidad de escribir en computadora porque es mucho más rápido. A veces las ideas fluyen rápido y la mano no tiene la fluidez suficiente como para escribir con lapicera. También me pasa muchísimo de escribir en el celular. Empezar la idea ahí, poner un paréntesis para decirme cómo tengo pensado seguirla y retomarla en la compu. Así y todo me gusta mucho escribir a mano, es mi forma favorita, y me gustaría que no se me perdiera. Es complicado igual, porque ahora estoy con un proyecto de novela, pero un proyecto de novela demanda un montón. Tengo mi cuaderno con anotaciones y todo, pero escribo una partecita y después la sigo en la compu.

—¿Te animás a compartir una nota random de tu celu?
—Sí, ¡me encantaría! Dice:
Escribí «no es para vos» en un papel y me lo puse de fondo de pantalla en el teléfono.
Supongo que todo es despacito. Como cuando dejé de hablarte. Todavía no sé bien cómo dejé de hablarte, pero lo logré. Un día que no, y después otro, y otro. Y ahora son dos meses sin hablarnos.
Supongo que con querer saber de vos va a ser lo mismo. Un día más es un día menos, y eso da esperanza.

En algún momento de la entrevista la música en los parlantes cambia de una música genérica a un jazz tranquilo, de esos que sólo escuchás en las películas de Woody Allen. La metamorfosis del local de Palermo en un local de Nueva York se completa.

—¿Alguna vez releés lo que escribiste?
—Me pasa que Anhedonia no lo puedo releer entero. A veces lo abro random, porque es un libro que quieras o no me sigue ayudando a mí. Hay cosas que las leo y digo «Reggina, era por ahí» (risas). Hay textos que redisfruto leerlos, pero son textos que escribí hace un mes. Textos de hace mucho… depende de cuál. Con Anhedonia leo cosas y digo «che, ¿yo escribí esto?» o «che, qué boluda».

—¿tenés algún blog viejo?
—Sí, tengo blogs viejos (risas). Sí, no los borré. Tengo uno que se llama Memorias Sensibles. Es de cuando tenía 14 años. Lo revisito a veces. Veo cosas relindas, me asombro de los universos que creaba.

—¿Y cómo te sentís? Porque digo, es como el ejercicio de Alejandro, el de la carta a tu futuro, sólo que al revés. Te estás conectando con la Reggina de 14 años.
—¡No lo había pensado así! A veces me pasa que esa Reggina más chica me pasa cosas a mí, y no al revés. En ese blog hay un texto sobre los miedos que, al final, dice: «(…) si los miedos se comparten ya no son miedos. Entonces ellos, resignados, sólo se esfuman». El otro día lo leí y dije «sí, exacto, era esto». Algunas de las ideas que tenía me parecen acertadas; otras, no tanto. Me pasaba también que escribía mucho desde la inexperiencia. Capaz escribía historias de amor sin tanto haberlas vivido. Lo que me gusta ahora de mi relato es que hay cosas más vividas que tienen más material. No todas son ciertas, pero hay más hilos de dónde agarrarte.

—¿Qué consejo le darías a alguien que quiere publicar su primer libro?
—Hoy me estaba bañando y pensaba: «Denis me va a preguntar qué consejo le daría a alguien que recién empieza». Las pensé y obviamente ya me las olvidé. Soy así (risas). Algo que sí pensé es que lo que le diría a alguien también me lo diría a mí. Y quizás me diría que tenga menos miedos, que me entregue al toque, pero la verdad es que en todo ese recorrido aprendí un montón. Sin ese recorrido quizás yo no hubiese publicado mi primer libro. Yo, en ese camino, encontré un montón de personas, del palo del arte y no, en las que encontré muchísima belleza y muchísima inspiración, personas que quizás me linkearon con cosas reimportantes. Confío en ese camino que hice, por más que después haga chistes y diga que en cinco años no logré nada. También algo que me gustaría decir, a mí o a cualquier persona, es que se entreguen a lo que son en serio. Tengan búsquedas auténticas. En determinado momento te das cuenta de que nada es tan importante. Mandate cagadas. Andá a fondo. Arriesgate. Nadie se va a arriesgar por vos nunca, eso te tiene que quedar grabado a fuego. Nadie va a venir a agarrarte y ponerte en el lugar en el que querés estar. Si no te ponés vos, no va a pasar nada. Gracias a las situaciones incómodas nacen cosas tremendas. Surge de ahí, de la incomodidad, de las cagadas. Ya me acordé lo que iba a decir (risas): amen sin miedo, por favor. Es un pedido. Es algo que yo también tengo que hacer, pero tenía que pedirlo.

—¿Qué sigue ahora para Reggina Idiartegaray?
(risas) Es tremenda esa pregunta. Si vamos a hablar a nivel escritura, estoy escribiendo un proyecto de novela que me encantaría poder mandar a algún lado y ver qué surge de eso. También es una prueba para mí, escribir una novela. Qué viene con respecto a mí…. Uf. Estoy en cocción, todavía, preparándome. Me voy a Nueva York en cuatro meses a estudiar escritura. Más que eso, es vivir un sueño que nunca creí que iba a poder vivir. No quiero agregarle expectativas, pero sé que yo me puse en este lugar. Es eso, y me siento regratificada.

—Si tuvieses que cerrar esta entrevista con una frase de tu libro, ¿cuál sería?
No te aflijas;
la vida siempre
te va a llevar
a destruir
toda
posible
certeza
que hayas
construido
inútilmente.

 
 

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