Lo que me enseñó Carlos Bayala, por Chechu Pérez

(ARGENTINA) – Cecilia Pérez, Chechu para los amigos, es redactora y ostenta una carrera que, de 2005 para acá, incluye los pasos por ADN Comunicación, por Dentsu y por Young & Rubicam, más algunos premios como un león de Cannes en 2011 y premios en El Ojo de Iberoamérica y en el FIAP en 2012. Columnista de PB y creadora del proyecto Coach del Creativo Publicitario, hoy Chechu le rinde un cariñoso homenaje a uno de los creativos publicitarios argentinos de estos tiempos que más admiración generan, actual director creativo mundial —con base en Londres— de la red que componen Mother Londres, Mother Nueva York y Madre Buenos Aires.

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El spot de Cleopasta fue producido por Reino, el mismo estudio de animación que en los últimos tiempos se lució con el corto «Caramelos», de BBDO para Tarjeta Naranja.

 
POR CHECHU PÉREZ
Licenciada en Publicidad por la UAI, también formada en Underground y en la Escuelita
Redacción especial para PB

 
Más o menos cuando yo tenía unos veintitantos, en uno de los mil posgrados que hice de creatividad, me dijeron que a la próxima clase venía un tal “Carlos Bayala” recién llegado a Buenos Aires. En ese momento todavía no existían ni Madre, ni la campaña Dueños del Banco Hipotecario, ni Mamá Lucchetti, ni nada de lo que amamos hoy en día de él. Lo que yo sabía de él era que mi redactor preferido de toda la vida, Sebastián Wilhelm, había dicho que él había sido su principal mentor.

Yo sabía todo lo de Nike, pero para complementar busqué más en su biografía y me encontré con palabras como Wieden + Kennedy en su historia. Me quedé más sorprendida aun cuando el propio Dan Wieden se refería a él como un referente distinto a todo lo conocido, como un genio. Fue como si vinieran Hugo Porta y Juan Martín Hernández juntos (los dos mejores pateadores de Los Pumas, la selección argentina de rugby) y te dijeran que este pibe es un grosso en las patadas, pero de redacción. ¡Algo así!

Yo asistí a esa clase con nervios, expectativa y ansiedad. Tenía miedo de quedar tonta delante de él. Y resultó que llegó el momento de la clase y Carlos entró. Todos estábamos sentados en una clase convencional, con bancos de un aula como cualquiera. Lo primero que hizo, cuando llegó, fue ponernos en modo “fogón”: dijo que era muy importante cómo uno cuenta la historia. Dijo que siempre mezclaba a la gente y la sacaba de “su zona de confort”.

Algo que, por otra parte, no dije es que él había pedido que le enviáramos un cuento de una página para verlo, así que yo, además, estaba bastante nerviosa por su opinión. Milagrosamente, recordó mi historia apenas la conté. Pero claro, la conté mirando al piso, tímida, con la luz encendida y con muchísima vergüenza. Lo primero que hizo Carlos fue regalarme su amabilidad: me dijo que me enseñaría a contar mi historia.

Me obligò a bajar las luces, a mirar a la cara a los que escuchaban y a usar tonos de voz distintos. Yo lo miraba como una niña maravillada con la ficción de turno. Recuerdo que la primera vez que hablé con Martín Mercado pensé en todo lo que Carlos me había dicho. Después dijo que nosotros vendíamos historias y que debíamos ser grandes contadores de cuentos.

Esa noche, Carlos Bayala me dijo que mi cuento era muy bueno y que tenía futuro como redactora. Yo sé que eso no aparece en ningún ranking, en ningún CV, pero juro que me lo dijo: ese momento está inmortalizado en mi corazón. Ojo, también sé que Carlos no tiene ni idea de quién soy (te banco igual, Carlos), pero sí sé que él cambió mi sonrisa desde ese día en que me enseñó que todo es posible.

Es que él no es un ídolo, sino un grosso, tal como lo hubieran dicho Sebastián Wilhelm o Dan Wieden. Esa noche me enseñó que no era imposible ser redactor, que le tenía que meter pilas. Me dijo que esa historia podía ser un corto de Nike y que él la veía tranquilamente como una peli. Creo que no fueron más de diez segundos, pero ese señor de sueter a rombos me convenció de ser una gran redactora, porque esa fue la historia que me contó de mí.

Después de esa noche, yo cobré una alegría tan inconmensurable que le agradeceré toda la vida. Habiendo pasado tantos años, todavía sonrío al recordarla. Por escucharlo perdí el tren y la última combi para volver a casa tan tarde, pero valió cada kilómetro de incertidumbre de cómo llegar hasta Adrogué.

Hoy vi un a un chico de unos ocho años mirar el comercial de Mamá Lucchetti Fideos (Cleopasta) con una devoción que, en mi memoria, sólo recordaba haber visto en otros niños, quince años atrás, ante La llama que llama. En el medio pasaron miles de marcas de fideos (de hecho, el otro día encontré una que traía pelotitas de fútbol), pero nadie como Mamá Lucchetti para conquistar a niños y madres al mismo tiempo. Acá lo tenés:


“Cuando hablamos de pirámides, fideos y demás menesteres nutricionales, nadie sabe más que ella, la mismísima Cleopasta —explica la campaña—. Junto a su ejército de momias de fideos tipo susanos y los Dioses Teneh Dhor, Quesop y Tután Jamón, nos cuenta las ventajas de un buen plato de pastas”.

 
Aunque sé que a Carlos no me parezco en nada, mi psicóloga insiste en que comparta todo lo que fui aprendiendo de él y de toda la gente que pasó por mi carrera; así que te cuento que todavía recibimos pedidos para la charla gratuita de planning y de cómo conseguir trabajo freelance. El email para pedir tu lugar es soporteparacreativos@outlook.com (el de freelance, parece que sin tu email no lo abrimos). Acordate: metele pilas a la cosa y… ¡probá con fideos, ja ja!

Abrazote y buena semana.

 
Chechu
 
 

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